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Desde la década de 1990, el Hotel Four Seasons de la Ciudad de México se ha mantenido como un icono de la hotelería de lujo en esta urbe. No obstante, la celebración del vigésimo aniversario de su apertura fue el pretexto perfecto para reinventarse y ofrecer un nuevo concepto a sus huéspedes. Eso fue en 2015, y yo me había alojado en él desde 2012, por lo tanto, en mi visita más reciente a la ciudad, he elegido Four Seasons como mi hotel.
La exclusiva firma francesa de diseño de interiores Gilles et Boissier fue la seleccionada para renovar este espacio, brindándole un carácter más vanguardista, y manteniendo su estilo y elegancia que lo caracteriza. Su hermoso jardín y su particular arquitectura prácticamente geométrica son los símbolos que lo convierte en único en toda la ciudad.
Así lucía antes de la renovación y después la transformación le dió todavía más elegancia, glamour y vanguardismo, haced click aquí para ver cómo quedó.
La ubicación privilegiada sobre el fabuloso Paseo de la Reforma y cerca de la colonia –barrio- de Polanco y muchos museos, lo convierten, en uno de los mejores hoteles de la ciudad, por no decir el mejor, donde alojarse.

Podéis mirar #GraupixDF en todas mis redes sociales para más detalles de mi experiencia
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La entrada se realiza por un porche donde me deja mi taxi proveniente del aeropuerto (sin tráfico 25 minutos, y con tráfico puede llegar hasta una hora o más).

Un pequeño mostrador de check in bebida de bienvenida y me dirigí a mi habitación.

Para llegar a las habitaciones, se diseñó un pasillo largo con puertas de cristal oscilantes que recuerdan a las haciendas, con cómodas zonas de estar en colores crema, burdeos y castaño. Realmente rincones acogedores, con biblioteca y chimenea.

El hotel cuenta con 240 habitaciones -incluyendo 40 suites-, que rodean el jardín interior. Las habitaciones, con vista al jardín o a las avenidas de la ciudad, son amplias y están decoradas con elegancia. Yo me alojé esta vez en la 325, realmente muy amplia y muy confortable. Baños de mármol con bañera y ducha independiente, con el baño separado, toiletries de L’Occitane.

Para amantes del chocolate como yo, os recomiendo visitar Pan Dulce, la cafetería en la planta baja del hotel, con oferta de pasteles y bollería que me hizo repetir varias veces mi visita.

El hotel es lugar de reunión para mexicanos, pues su oferta gastronómica es espectacular. Mi primera cena fue en Zanaya donde el chef Tonatiuh Cuevas realza la cocina mexicana de la región del Pacífico al emplear solo los pescados y mariscos más frescos, ingredientes producidos artesanalmente y condimentos preparados en esa región.
Mis elecciones fueron el famoso pescado zarandeado, los tacos de langosta, y como era temporada, chile en nogada. ¡Todo espectacular!

En Zanaya también tienen lugar los desayunos que literalmente ofrecen de todo, muchísima oferta de platillos típicos mexicanos (chilaquiles, tlacoyos, pellizcadas, huevos rancheros y un largo etcétera).
Muchísimos jugos naturales y Nutella para mi. Una locura de desayuno.

Mi segunda noche cené en la terraza del bar Fifty Mils; no es un bar cualquiera, es EL BAR donde todos tendríamos que pasar una velada: el anfitrión es el camarero, es tu nuevo amigo, quien se implica en buscar el mejor cóctel para ti y te ayuda a crear una experiencia. El concepto de estos cócteles es utilizar productos mexicanos, sostenibles, y mezclarlos de maneras rarísimas, creados por Mica Rousseau, Axel Pimentel y Marco Dorantes. El 360ºC es un cóctel que evoca lo sostenible: con el contenedor de hielo, el contenido que se sorbe en una pajita (obviamente de cartón) y el agua que no se malgasta y cae en la maceta, es toda una maravillosa historia del medio ambiente y la voluntad por la sostenibilidad resumido en un cóctel.
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El Mr. White Rabbit evoca el cuento de Alicia en el país de las maravillas y las sensaciones de sorpresa: Tanqueray 10, jarabe de Earl Grey con limoncillo, cassis y St. Germain. El resultado es un cóctel suave y refrescante pero el secreto está en el palo de oro, cuando se mastica se crea un efecto efervescente (que recuerda a los polvos pica-pica) y agri-dulce que lleva la bebida a otro nivel.

En la tercera planta encontramos el completísimo gimnasio con aparatos de última generación, y en el exterior una coqueta piscina climatizada.

Y dos salas de tratamientos donde se puede disfrutar de buenísimos masajes. Mi masaje prehispánico empezó con una limpia de copal, otra con follaje (ramo de mimosa y claveles) para quitar la mala energía.
Unas carícias con plumas de pavo real. Seguido me dieron un shot de chocolate negro para beber con tequila (buenísimo!). El aceite de pepita de uva era caliente y también llevaba un chorro de tequila y esencia de salvia. Para finalizar el masaje también me “acariciaron” con las plumas de pavo. Realmente espectacular por todo el procedimiento y por las benditas manos de la terapista.